la tierra no tenía forma, ni había en ella nada que tuviera vida. Las aguas estaban cubiertas por una gran oscuridad, pero sobre la superficie del agua se movía el espíritu de Dios.

Dios llamó «tierra» a lo seco, y llamó «mar» a las aguas.

Dios hizo las dos grandes luces: el sol, para que domine en el día, y la luna, para que domine en la noche. También hizo las estrellas.

Dios puso estas luces en el cielo para alumbrar la tierra,

Dios hizo los animales salvajes, los animales domésticos, los reptiles y los insectos.

Fue así como Dios creó al ser humano tal y como es Dios. Lo creó a su semejanza. Creó al hombre y a la mujer,

Dios había plantado un jardín al cual llamó Edén, y allí puso al hombre.

Dios puso al hombre en el jardín de Edén para que lo cultivara y lo cuidara,

Dios bien sabe que, cuando ustedes coman del fruto de ese árbol, serán iguales a Dios y podrán conocer el bien y el mal.

Dios se dirigió entonces a la mujer, y le dijo: —¿Qué es lo que has hecho? Y la mujer le respondió: —La serpiente me tendió una trampa. Por eso comí del fruto.

Dios creó al ser humano a su semejanza. Creó al hombre y a la mujer, luego los bendijo y los llamó «seres humanos». Aquí se encuentran anotados los nombres de sus descendientes.

Noé siempre obedeció a Dios. Entre la gente de su tiempo no había nadie más bueno ni honrado que él.

Dios se dio cuenta de que los habitantes de la tierra eran rebeldes y violentos.

Dios tuvo compasión de Noé, y de todos los animales domésticos y salvajes que estaban con él en la casa flotante. Por eso lanzó un fuerte viento sobre la tierra, para que bajara el agua.

Más tarde, Noé construyó un altar para adorar a Dios. Tomó entonces algunos de los animales y aves de los que Dios acepta como ofrenda, y en su honor los quemó sobre el altar.

Dios le dijo a Abram: «Deja a tu pueblo y a tus familiares, y vete al lugar que te voy a mostrar.

Luego siguió su camino hacia la zona montañosa que está al este de Betel. Cuando llegó allí, armó su tienda de campaña. La ciudad de Ai estaba al este, y la ciudad de Betel, al oeste. Allí también construyó un altar para adorar a Dios.

Todo esto no le agradó a Dios, y por eso mandó graves enfermedades sobre el rey y su familia.

Allí también había construido un altar para adorar a Dios.

La gente de ese lugar era muy mala y cometía muchos pecados contra Dios.

Entonces Abram levantó su campamento y se fue a vivir a Hebrón, junto al bosque de Mamré. Allí construyó un altar para adorar a Dios.

Abram confió en la promesa de Dios, y por eso Dios lo aceptó y le dijo: —Yo soy tu Dios, y tú eres mío porque confías en mí. Yo te saqué de Ur de los caldeos, para entregarte esta tierra.

Al oír esto, Abram se inclinó en señal de respeto. Entonces Dios le dijo: «En este pacto que hago contigo, te prometo lo siguiente: De ti nacerán muchas naciones. Por eso ya no vas a llamarte Abram, sino Abraham, porque serás el padre de muchas naciones, y muchos de tus descendientes serán reyes. Este pacto que hago contigo, lo hago también con tus descendientes, y no tendrá fin. Yo soy tu Dios, y también seré el Dios de tus descendientes. La tierra de Canaán, donde ahora vives como extranjero, te la daré a ti para siempre, y también a tus descendientes. »Por tu parte, tú y tus descendientes tendrán que cumplir con

Los visitantes de Abraham se apartaron de allí y se fueron a Sodoma. Sin embargo, Abraham se quedó ante Dios,

Al día siguiente, Abraham se levantó muy temprano y regresó a donde había estado hablando con Dios.